La noche de Navidad, más allá de su significado histórico, ha sido una noche sagrada durante milenios. Nuestros antepasados sabían bien que en esta época del año se abre un portal en el que el poder del Cielo se manifiesta con mayor intensidad en la tierra. Este poder de un nuevo sol viene del Divino: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cada uno de nosotros es libre de abrir la puerta de su corazón para dejar entrar esta vibración. Más allá de las dificultades de la vida cotidiana, más allá de las preocupaciones ligadas a este periodo histórico que atravesamos, ¿por qué no dar nuestra disponibilidad interior a esta energía todopoderosa?
La luz divina nos llega a diario, pero en esta noche bendita se reviste de un nuevo ropaje. Lo recibimos en forma de un polvo dorado que desciende sobre nosotros y nos envuelve hasta penetrarnos. Como una manta, nos cubre cálidamente mientras su tejido de luz nos sostiene y vigoriza. En este suave calor, podemos finalmente dejar ir lo que nos desgasta, nuestros planes incumplidos. Al entregar nuestros fracasos, nuestros sufrimientos, a esta luz, pueden disolverse y transformarse en energía luminosa, dejando de tener un control sobre nosotros. Si se sueltan esas barreras que, al final, nos impiden sentirnos conectados a Dios, entonces podremos sentirnos libres para fijar nuevas metas con más ligereza y alegría.
Feliz Navidad para todos.
Bernard y Angy