Antes de cada año nuevo, a menudo hacemos un balance del año que termina. Es evidente que nuestro mundo sigue marcado por conflictos que revelan nuestra persistente dificultad para trascender las divisiones, ya sean relacionales, familiares, políticas, económicas o sociales. Paradójicamente, en la era digital en la que estamos más conectados que nunca, la distancia entre las personas parece profundizarse aún más. Frente a las incertidumbres, tendemos a refugiarnos en nuestras convicciones, levantando barreras invisibles a nuestro alrededor. Esta Torre de Marfil, en la que nos atrincheramos, nos empuja a ver en el otro, en quien es diferente, una potencial amenaza. Nuestra mente, naturalmente inclinada a la simplificación, nos hace deslizarnos hacia una visión del mundo en blanco y negro, donde nosotros seríamos poseedores de la verdad, y el otro necesariamente estaría en el error.
Esta actitud nace de nuestro apego a los prejuicios y a los viejos esquemas de pensamiento que generan miedo al cambio y ansiedad hacia el futuro. Nos empujan a replegarnos sobre nosotros mismos, alimentando la soledad y el resentimiento, en un ciclo que se autoalimenta y que amenaza con alejarnos cada vez más los unos de los otros.
Son reacciones instintivas que llevan a una progresiva fragmentación de la sociedad, un precio que la humanidad no puede permitirse seguir pagando. Los desafíos globales que afronta nuestro planeta requieren una cooperación sin precedentes.
Como nos enseña Rumi, el gran maestro Sufí del siglo XIII, «Más allá de las ideas de hacer el mal y hacer el bien, hay un campo. Ahí nos vemos». Es en este espacio, más allá de las separaciones, donde podemos acoger al otro en su totalidad, más allá de nuestras diferencias. Es aquí donde podemos redescubrir la riqueza que nace del encuentro auténtico, de la curiosidad sincera por lo que es diferente de nosotros.
El mundo de la innovación nos demuestra cada día que el encuentro entre culturas es el motor potente de la creatividad. Abrirse al diálogo no significa renunciar a nuestras raíces, sino más bien enriquecerlas, transformando nuestra herencia en terreno fértil para nuevas posibilidades. Las soluciones más innovadoras emergen de esta simbiosis entre tradición y modernidad.
La historia nos muestra que es a menudo cuando las divisiones alcanzan su apogeo, que se inicia un movimiento de retorno hacia la unidad, como el flujo de retorno de una ola después de su impacto en la orilla. Este fenómeno natural se observa a través de las épocas, donde las grandes crisis han generado extraordinarios renacimientos.
Comprometámonos entonces a acelerar este movimiento de retorno, construyendo puentes que nos unan más allá de nuestras diferencias. Nunca como hoy hemos necesitado unir nuestras fuerzas, trabajar juntos por el bien común.
Que el 2025 sea el año en que nuestras diferencias se transformen en oportunidades de crecimiento colectivo. Es uniendo nuestras energías y armonizando nuestras visiones del mundo que podremos plasmar un futuro a la altura de nuestras aspiraciones, encarnando plenamente el potencial de nuestra humanidad.
Nuestros más afectuosos deseos para un 2025 en el que haya cada vez más espacio para el cuidado de nosotros mismos y del otro❣️ Que sea un año de profunda unión y de luz en los corazones, donde la belleza de nuestras almas pueda resplandecer libremente.
Bernard y Angy ❤️